En los primeros días de vida, se establece con la figura materna una simbiosis: el bebé no discrimina entre lo que es él y su madre. Entre otras cosas, porque no la ve. Hasta pasadas unas semanas, la visión no alcanza la maduración necesaria para centrarse en un objeto.
Con el correr de los meses, los sentidos se van afinando y las posibilidades físicas del
niño se van ampliando. Cuando se combinan la visión con la prensión, es decir el bebé mira lo que ha cogido con la mano, se esboza la noción de objeto: hay algo que no es él mismo, y tiene sus
propias características: consistencia, dureza, peso, forma, color, olor, etc. A partir de aquí, comienza a experimentar con los objetos: los golpea, los sacude, los tira... Esto le permitirá ir conociendo las posibilidades de su propio cuerpo y las consecuencias de sus acciones, condicionado esto último por la reacción de los adultos que le rodean -pensemos en el bebé que se entretiene en dejar caer un juguete al suelo una y otra vez, y cuál suele ser la reacción de los
adultos.
Hacia el año de edad, cuando consigue desplazarse por sí mismo, puede alejarse a voluntad de su madre. Esto contribuye al proceso de construcción del yo, como alguien diferente. Para convertirse en un individuo, debe primero "separarse" de su madre.
Hacia el final del segundo año, el niño realiza imitaciones de los adultos, lo que le permite ir construyendo la noción de sí mismo y del otro.
La adquisición del lenguaje es otro hito en todo este proceso: el intento de comunicarse implica la comprensión de que hay alguien más, que no es él mismo.
La consolidación de la individualidad llega alrededor del tercer año de vida.
Hay un mayor desarrollo de la comunicación verbal, su vocabulario se amplía, comienza el juego de roles, hay un creciente interés por los compañeros de juegos y por los adultos que no son su madre, notándose también que soporta cada vez mejor la separación de ella. Esto se debe a que ha logrado conformar una imagen mental de la madre, que le asegura su permanencia aunque no la vea.
Aunque durante mucho tiempo más siga necesitando atención y cuidados, el proceso evolutivo que ha vivido le garantiza un alto grado de autonomía y sienta las bases para las siguientes etapas que le esperan.
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